sábado, 7 de junio de 2008

AVELEYRA

HISTORIA DE UN NOMBRE
4 de diciembre de 1957

POR RAFAEL AVELEYRA ASSIAYN
23-VII -1894 – 28-VIII-1960


PREÁMBULO

Un antiguo filósofo dijo: Si se ignora el pasado, se entiende poco del presente y no se tiene concepción del futuro.

Como hombres, todos estamos interesados en la historia de la humanidad; como ciudadanos, en la historia de nuestra patria, y como miembros de una sociedad civilizada cuya unidad fundamental es el grupo formado por padres e hijos, estamos interesados en la historia de nuestra familia para poder entender la razón de nuestra existencia actual y concebir nuestras proyecciones en el futuro.

¿De dónde procedemos? ¿Quiénes fueron nuestros ancestros? ¿Qué enseñanzas nos dejaron? ¿Cuál es el origen de nuestro nombre?

Preguntas son éstas que a todo hombre suelen inquietar en diversas ocasiones de su vida y que la más elemental cultura le exige dilucidar para poder transmitir a sus hijos la conciencia de su abolengo. El propósito no es pueril; el hombre que no sabe quiénes fueron sus antepasados y cuál es el origen de su nombre tiene un incompleto y precario sentido de relación o pertenencia respecto del grupo con el que aspira a identificarse.

“Honrarás a tu padre y tu madre” ordenó Dios a su pueblo, es decir, honrarás a tu estirpe y no renegarás de ella, preservarás sus virtudes, seguirás sus ejemplos morales, aprovecharás sus enseñanzas, conservarás sus tradiciones y le darás brillo y prez en todos tus actos; y para cumplir este mandamiento en su sentido lato es necesario tener un concepto claro y objetivo de la prosapia a la que se pertenece y de los individuos que les dieron forma.

Con el propósito de crear esa conciencia de abolengo y ese cabal sentido de relación o pertenencia en mi familia, he pergeñado este opúsculo; para encontrar las informaciones, referencias y relaciones en que se basa se requirieron casi tres años de paciente y tediosa investigación estimuladas por las instancias de mi hermano Luís para que emprendiera la tarea, luego por la efusiva exultación de mi sobrino Pablo al saber que mi abuelo Don Catalino no era el “personaje legendario” que él imaginaba, y en fin, por el vivo interés que mis hijos mostraron por ver el trabajo concluido y darlo a conocer a nuestra familia.

La compensación que esta ardua labor ha tenido consiste en poder decir que las virtudes sobresalientes y características del linaje AVELEYRA han sido, como se verá en el curso del relato, el honor, el amor a la libertad, la lealtad y el patriotismo que fueron practicados hasta el extremo de sacrificar la propia seguridad y los intereses personales.

Conservando esas virtudes en nuestra familia para el bien de nuestra amada patria honraremos a nuestros mayores.

RAFAEL AVELEYRA Y ASSIAYN






Probable there is not in the whole World occupation quite
as fascinating as finding clues and then accounting for them,
which is all the detective work really is and about all the
astronomy and archeology are.

Earl Stanley Gardner



y exactamente lo que es la genealogía.

RAFAEL AVELEYRA ASSIAYN

INTRODUCCIÓN

Movido por un impulso natural e innato, el hombre ha buscado siempre los orígenes de su existencia, ya sea en el sentido general que se refiere al linaje humano, o en, los más restringidos y específicos de su estirpe de familia o de su propio ser individual.

Tal es el motivo primario de las Ciencias Biológicas, de la Arqueología, de la Paleología, de la Historia y de su auxiliar, la Genealogía, que se refiere especialmente a las familias examinando sus orígenes, mostrando su evolución, describiendo sus generaciones y trazando las biografías de las personas que las componen.

La variedad de los elementos que en ello intervienen hacen que el estudio y la aplicación de la Genealogía sean muy complejos pues han de basarse no sólo en documentaciones familiares que suelen ser escasas, incompletas o dudosas, o en las fuentes que contengan referencias de los linajes o de los individuos que las forman, sino también en todo el material histórico que pueda dar idea de la actuación de la familia, el ambiente en que se desarrolló, las influencias que recibió o que ejerció, y tienen que llevar la investigación hasta los caracteres fisiológicos y psicológicos procurando conocer su etiología e incluso determinar el origen histórico y etimológico de sus apellidos

Es, pues, una rama difícil de la Historia y no debe extrañar que antiguamente no estuviera revestida del rigor que le ha dado en la actualidad pues la Historia toda sufría del mismo mal: falta de método científico para la selección de las fuentes, para el discernir la relatividad de su valor, para la forma expositiva y para las citas documentales.

Era entonces un trabajo recopilatorio que la tradición verbal y escrita así como la información personal se mezclaban con noticias transmitidas por los documentos menos irrefragables que en conjunto daban pábulo a personajes imaginarios, relatos inverosímiles y leyendas fantásticas.

Para el propósito de este opúsculo y por las razones que en él se encontrarán, es particularmente interesante la investigación genealógica en Portugal.

Si se toma en cuenta que el Registro Civil es una institución relativamente reciente y que su obligatoriedad y eficiencia datan apenas de la segunda mitad del siglo XIX, se comprende fácilmente que la investigación genealógica se enfrenta con obstáculos casi insuperable, pues antes que esa práctica fuera implantada, sólo se consignaba la existencia de las personas y de sus progenitores en los títulos de propiedad de las tierras, en los testamentos y donaciones que quedaron en las escribanías de las iglesias y conventos, o en las averiguaciones que se levantaban para otorgar cargos, derechos, privilegios o funciones en las Cortes, en la Iglesia o en el Ejército. El conocimiento de la Genealogía tenía en estos casos grande importancia pues el candidato tenía que presentar una documentación con todas las formalidades legales, que probara ser de origen hidalgo, por lo menos por los cuatro costados.

En numerosas ocasiones y especialmente en ciertas Órdenes de Caballería, el pretendiente debía presentar un “árbol genealógico” en cuyo tronco figurara el escudo de la persona que sometía la prueba, que se llamaba “el presentado”; en la primera hilera, dos escudos, el del padre a la derecha (izquierda del espectador) y el de la madre a la izquierda; en la segunda hilera hacia arriba, cuatro escudos, los de los abuelos paternos a la derecha y los de los maternos a la izquierda.

Esto dio lugar a que los interesados fabricaran desvergonzada e impúdicamente a sus ancestros atribuyéndoles las más absurdas proezas, especialmente después del siglo XIV, pues antes, en la redacción de los catastros medievales, presidió una institución político – social, ético – religiosa y hasta estética, que no existió en los autores de los numerosos nobiliarios que surgieron pasada la Edad Media, destinados a lisonjear los pergaminos de cualquier familia dadivosa que pudiera retribuir largamente los encomios sobre antepasados o contemporáneos, o los de la propia familia a que el autor pertenecía, pues son constantes los trabajos genealógicos ejecutados por una persona sobre su misma familia; otra veces, a buscar recreación personal y satisfacción de una curiosidad, o pasatiempo intelectual procurando hallar alguna base en trabajos anteriores, principalmente en los medievales, como fuentes más remotas, sin preocuparse de la índole social de las épocas pretéritas o de las actuales, acumulando inexactitudes y fábulas sobre fábulas. Carentes de apoyo documental serio, de significación moral, estética y política y sin ninguna importancia histórica, tales nobiliarios son generalmente sospechosos.

Estas son las razones por las que la autenticidad de esos “nobiliarios” del período humanista y de la expansión imperial nunca se puede asegurar sin la necesaria investigación documental.

Las genealogías no se diferencia de los “nobiliarios”, como es obvio, más que en la forma en que estén escritas pero adolecen de los mismos vicios o inexactitudes que aquéllos y a veces, en medio del árido catálogo de las generaciones que es su esencia y principal objeto, surgen la simplicidad, la credulidad y las costumbres de antaño, así como las virtudes y los vicios de la época con el desorden introducido por la pasión.

Las leyendas de la “dama pie de cabra”, del montero que persigue a la corza de ojos tiernos de las relaciones de amor entre un cristiano y una bella mora, la de la hermosa agarena , la de Gaia la de las “cuatro manos”, la de la doncella seducida por el rey en un prado, las numerosas de guerreros llegados de Italia y de Francia, en fin, leyendas de guerra, de caza y de amor, son otras tantos epónimos de los linajes que cada generación imaginó, alteró o acrecentó, según las ideas en boga, para engrandecer y elevar a la nueva nobleza de origen inferior a la antigua, con fábulas más o menos destartaladas y frecuentemente absurdas.

Aquí y allá aparece de cuando en cuando un hecho gracioso: los cognomentos, alcuñas o “bitafes” de ciertos personajes, frutos de una observación feliz de la persona por parte de las clases populares, principalmente nombres que ahora son poco decentes: “Cabeza de Vaca”, “Colcha fría”, “Pato Cenizo”, “Rem de amor”, “Merda asada”, “Cosa mala”.

Aunque de índole distinta, estas razones inducen a ver también con cierto recelo las aseveraciones contenidas en los libros de linajes y “nobiliarios” medievales, sin que por esto causen preocupación los muy comprensibles errores de carácter propiamente genealógico inevitables en los tratadistas de las familias de una época en que casi no existían todavía los apellidos actuales que las distinguieran entre sí y en las homonimias, al uso general de los patronímicos y el número relativamente pequeño de nombres propios personales que dan pábulo a continuas confusiones.

Al correr el tiempo, en virtud de la abolición de los privilegios, la extinción de la Órdenes de Caballería, la supresión de las probanzas, la creación de la nueva nobleza carente de raíces históricas y el desenvolvimiento de las ideas democráticas, el estudio de la genealogía perdió mucho de su interés práctico, su prestigió decayó grandemente y, despreciada por unos y ridiculizada por otros, casi fue condenada a desaparecer.

Sin embargo, apagadas las pasiones del liberalismo revolucionario, el tradicionalismo se ha revigorizado en las últimas décadas y en consecuencia, volvió a cobrar aliento el gusto por los estudios genealógicos que, conceptuados por una nueva técnica, comienzan a ocupar el lugar que les es debido en atención , principalmente, a la gran utilidad que ofrecen no sólo como una rama de la Historia, sino como un elemento importante para la formación y conservación del sentimiento de familia, de la conciencia gregal y del concepto de vinculación que tanto influyen para el fortalecimiento del hogar, para la cohesión de la sociedad y para la vigorización de la nacionalidad.

El reconocimiento de que la Genealogía ocupa un campo propio e independiente de la Nobiliaria, y de que su estudio e investigación abarcan a toda clase de familias, hidalgas, burguesas o plebeyas, ha influido poderosamente para disipar torpes prejuicios que en su entorno se habían formado y hoy ya no hay persona culta que le atribuya propósitos banales o la considere hija de un necio deseo de ostentación o de una tonta alucinación.

Hay dos formas principales de escribir los trabajos genealógicos: los “tratados” y los “árboles”. En los “tratados” las familias son descritas en línea descendente indicando los orígenes de la estirpe, los de los nombres que lleva, tanto históricos como etimológicos, los hechos notables de sus individuos y todo lo que contribuya, como es el caso en la Historia Patria, a servir de ejemplo y guía para la posteridad.

Los “árboles” pueden ser “árboles de generación” y “árboles de costado” o mixtos. Los primeros sirven para representar en forma gráfica la descendencia de un individuo o de una casa determinada, eliminándose con frecuencia las ramas extintas. Los segundos representan, también gráficamente, la ascendencia de una persona o familia por sus varias líneas.

Los “tratados” se dividen en dos grupos: “libros de linajes” y “nobiliarios”. En épocas pretéritas se usó el “libro de la razón” que en cada familia se transmitía de generación en generación para apuntar en él los sucesos familiares, genealógicos o históricos de sus respectivos tiempos y para escribir consejos a sus descendientes.

En Francia se cultivó mucho el uso del “Livre de Raison”, de donde pasó a España a Portugal, y ello permitió que en el siglo XIX se llevara a cabo con buen éxito una indagación para averiguar qué familia poseía desde hacía más tiempo una propiedad rústica, habiéndose podido determinar que, según pruebas documentales, tal era una familia de labradores que desde la época de Carlomagno estaba en posesión del terreno donde habitaba.

Este hecho demostrativo del aprecio de la antigüedad del linaje, resultado de la fuerte tradición y del cuidado con que se guardaban los documentos comprobatorios de la nobleza que el tiempo confiere a las familias y a las propiedades aunque carezcan de grandes gentilicios, contrasta con el descuido existente en España y en Portugal para conservar en las familias la tradición de su pasado y para archivar los títulos que probaran la antigüedad, origen y categoría de sus bienes, negligencia que se heredó y se acentuó en México.

Los archivos familiares portugueses son reducidísimos en número y de una pobreza perturbadora aun entre las clases que, por su cultura y por su interés en comprobar la legitimidad de sus linajes deberían guardar con mayor cuidado los títulos justificativos.

Las genealogías más antiguas en Portugal son los “Livros dan Linahagens” entre los cuales se encuentra el conocido por “del Conde Don Pedro”, escrita por Don Pedro, Conde de Barcelos, hijo bastardo del rey Don Denis. El más antiguo de estos libros es anterior a 1280 y el más reciente es del tercer cuarto del siglo XIV; de entonces al siglo XVI no se conocen escritos genealógicos.

En el siglo XVII y sobre todo en el XVIII, las obras genealógicas tomaron gran incremento y llegaron a varias decenas los volúmenes escritos, entre los cuales se puede apuntar la del Padre Jacinto Leitao Manso de Lima en 58 volúmenes; la de Diego Rangel de Macedo, en 50; y las menos voluminosas de Manuel de Carvalho e Ataide; Belchior de Andrade Leitao; Antonio Peixoto de Queirós e Vasconcelos. Aparte de éstos, hubo también muchos autores que escribieron diversos “nobiliarios” casi todos con propósitos laudatorios.

Actualmente la Genealogía es cultivada por agrupaciones de carácter cultural cuyas investigaciones en los campos de la Historia, de la Arqueología y de la Heráldica están revestidas de absoluta seriedad y son practicadas con métodos científicos.

La única de esas agrupaciones legalmente constituida en Portugal es la “Associzao dos Arqueólogos Portugueses” por intermedio de la “Comisao de Heráldica e Genealogía” que primitivamente se llamó “Seczao de Heráldica e Genealogía” y después “Comissao de Heráldica”

En México, el cultivo de la genealogía ha sido siempre muy desdeñado. Durante la Colonia, las familias procedentes de la Península trajeron a la Nueva España el uso de los “Libros de Razón” que solían servir para probar en diversas ocasiones que lo requerían de acuerdo con las costumbres de la época, la alcurnia de los individuos, lo cual quedaba consignado en los documentos respectivos con la anotación de “Español de estirpe” (o “gente española”) según el Libro de Razón. Con el transcurso del tiempo se hizo elíptica esta frase quedando sólo “Gente de razón” que la costumbre convirtió en la antítesis de “indio” por carecer los aborígenes de “libro de razón”, no del uso de la razón como torpemente se interpretó en la época de la demagogia dando lugar al menosprecio y ridiculización de esos documentos que tan útiles serían si no hubieran sido destruidos por la ignorancia o la falta de previsión, para determinar los orígenes de las familias que poblaron la Nueva España como es el caso entre los descendientes de los colonizadores de Nueva Inglaterra y Nueva Francia desde los peregrinos del Mayflower.

La animadversión creada contra todo lo que pudiera dar la idea de superioridad por razón del origen de la estirpe, y la impresión errónea de que la Genealogía comprende sólo a familias de origen noble, la prescribieron de las costumbres mexicanas que se formaron al calor del loable anhelo creciente de libertad e igualdad.

En junio de 1957 se constituyó en sociedad civil la Academia Mexicana de Genealogía y Heráldica con asiento en la Ciudad de México, que está realizando trabajos muy interesantes por medio de microfilms tomados del Archivo General de la Nación y de las diversas parroquias de la República.

Un gran auxiliar de la Genealogía, porque facilita la identificación de las personas y de las familias y permite, en muchos casos, establecer los orígenes históricos y a veces hasta los etimológicos de los apellidos, es la heráldica cuyo estudio ha corrido siempre parejas con el de la Genealogía encontrando los mismos obstáculos y teniendo que enfrentarse con problemas similares.

Fue en el siglo XII cuando se generalizó en Portugal el uso de insignias, emblemas o divisas, que cada quien escogía a su arbitrio, con objeto de proclamar el origen de su linaje, el sitio de su solar o simplemente por personalizar su nombre con una representación jeroglífica. Después se fueron incluyendo otras ideas tales como dar a conocer las aspiraciones, las proezas o los acontecimientos tradicionales de cada familia, o bien, como lo hacían los primeros cristianos, para proclamar su fe religiosa.

Estos emblemas fueron llamados “blasones” tomándose el nombre del francés antiguo, “blason” que quiere decir “escudo” y ése del alemán “blesen” (sonar la trompeta para proclamar las empresas del escudo), porque su invención se inspiró en las “empresas”, figuras o signos que desde tiempos pretéritos acostumbraban ostentar en sus armas defensivas (lat. acutum) los caballeros que habían jurado realizar algún acto guerrero. Las figuras, generalmente fantásticas, y los lemas, casi siempre misteriosos, en que tales empresas consistían, fueron después adoptados como blasones y divisas en los escudos de las familias.

Al principio, los emblemas eran extremadamente sencillos y se puede decir que los blasones menos complejos son los más antiguos; la exagerada complicación de las figuras y colores no aparición sino hasta el siglo XV, llegando en el XVIII, con la aparición de la nueva nobleza, a la confusión más desconcertadora, hija del barroquismo de la época.

Fue durante la segunda mitad de la Edad Media cuando los escudos comenzaron a convertirse, de divisas personales de los guerreros, en enseñas de familias adquiriendo gradualmente un carácter jeroglífico especial que tendía a representar gráficamente el linaje o el apellido de cada persona.

Desde entonces los blasones tomaron formas peculiares en cada país por las cuales se distinguen su origen. En España y Portugal se usó durante los tiempos medievales la forma de un triángulo curvilíneo, tomada de los escudos de los godos, visigodos y lombardos, y del siglo XVI al XVIII se adoptó la de un cuadrilongo con la base redonda. Después, la influencia francesa introdujo el cuadrilongo con las esquinas inferiores redondeadas y en el centro de la base un pico saliente.

Originalmente, se usaba sólo el blasón correspondiente al apellido paterno, más si la madre había aportado una dote considerable o señorío importante, su escudo era apareado al de su marido y así solían ser ambos usados por los hijos, principalmente por aquellos que hubieran heredado las “honras” maternas en cuyo caso se daba preferencia al blasón y apellido correspondientes.

Después de los siglos XVII y XVIII, se extendió la moda francesa de incluir los escudos de cuatro, ocho, diez y seis y hasta de treinta y dos apellidos en un alarde de vanidosa ostentación, dándose pábulo a una profusión de escudos recargados de emblemas con evidente menoscabo del blasón de varonía y, por ende, de su objeto original.

En Vasconia y Navarra se usaron siempre los escudos de los dos primeros apellidos y muy frecuentemente los de los cuatro, con el propósito de proclamar hidalguía “por los cuatro costados”, pero en Portugal casi nunca se usó más que el del padre y sólo se ostentaba el de la madre, ya fuera solo o acompañado del de aquél, cuando mediaban las circunstancias referidas.

El uso de “brisuras” o pequeñas contraseñas para establecer diferencias en los escudos con objeto de distinguir los de los hijos de los padres y de los de aquéllos entre sí, tan extendido en Francia, Italia e Inglaterra desde el tiempo del Rey San Luís, nunca arraigó en España y Portugal a pesar de haber sido aprobado en el siglo XVII, y sólo ocasionalmente una flor de lis, una estrella u otro signo de pequeñas dimensiones para establecer esos distingos.

Antes del siglo XIV el uso de los blasones no estaba sujeto a reglas forzosas, pero las ramificaciones de las familias, la duplicación y multiplicación de algunos apellidos y las disputas que ello originaba, indujeron a los monarcas a reglamentarlo por medio de ordenanzas cuyo principal propósito era salvaguardar los derechos de originalidad o primacía que cada cual comprobara tener legítimamente sobre su respectiva insignia evitando usurpaciones e imitaciones.

En Portugal fue introducida esa reglamentación por el rey Don Joao I en 1388, pero no fue sino hasta cincuenta años después cuando se expidió la primer “Carta de Bracao” registrada “nos livros de chandelerias de nossos reis” y que fue mandada pasar por el rey Don Duarte en 1438 a un tal Gil Simoes autorizándolo para usar un escudo que allí se describe simplemente: “em Branco uma pinta verde e em elle un leao rompente”

Es pertinente hacer notar que tales “Cartas de Blasón” no tienen relación alguna con los títulos nobiliarios pues mientras éstos eran otorgados por gracia real con ciertos privilegios inherentes, aquéllas eran expedidas a solicitud de los interesados a guisa de certificados de patente con objeto de acreditar autorizadamente su exclusivo derecho para ostentar los blasones por ellos mismo legítimamente adoptados o heredados, sin que esto implicara más privilegio que el de la protección legal de ese derecho.

La circunstancia de que al surgir la nueva nobleza se soliera autorizar u otorgar el uso de un blasón determinado al expedirse un título nobiliario, dio lugar a que el vulgo creyera que sólo los nobles podían usar escudos o que éstos eran distintivos de nobleza estuviesen o no coronados.

La verdad es que los blasones usados son los primitivos hidalgos portugueses y españoles no llegaron nunca a ser registrados oficialmente porque desaparecieron antes de que el registro fuera instituido. Hay, sin embargo, algunos de esos blasones que los descendientes de los hidalgos mencionados desenterraron y registraron en las Chancelerías reales ya fuera conservando fielmente los diseños originales o, lo que es más frecuente, introduciendo alteraciones diversas principalmente en los colores.

Los blasones de los antiguos hidalgos se distinguen de los que surgieron con la nueva nobleza en que aquéllos se componen sobriamente sólo de las “Piezas honorables”, es decir de jefe, palo, faja, banda, barra, cruz, aspa, chevrón, perla, campaña y bordura, así como de “Piezas Honorables disminuidas” que son las mismas pero más delgadas, en tanto que los segundos incluyen “Piezas ordinarias”, esto es, figuras de todas clases, como hombres, animales, árboles, frutas, flores, castillos, puentes, fuentes y seres fantásticos o mitológicos.

En los blasones medievales se usó la bordura para indicar que el poseedor del escudo tenía la calidad de rico hombre, jerarquía máxima en aquella época, que equivalía al de “grande del reino”. Posteriormente la nueva nobleza la usó como brisura y llegó a generalizarse para denotar la procedencia original del apellido o del linaje.

A falta de registros en los armoriales, sólo se encuentran referencias ocasionales de los blasones usados por los antiguos hidalgos, en monografías de regiones, poblaciones, conventos y monumentos, o bien en leyendas que a veces conducen al hallazgo de nombres desaparecidos y de escudos decaídos o abandonas, referencias que a menudo son vagas, deficientes o confusas.

En estas condiciones el trabajo de investigación es extremadamente azarado y contingente; los errores, o más bien, las omisiones, pueden ser, a causa de ello, serias y numerosas. Sin embargo, los datos que se consignan en este opúsculo han sido detenidamente examinados y, hasta donde es posible, corroborados en distintas fuentes.

Esta Introducción tiende a justificar los móviles del trabajo que aquí se presenta y, al mismo tiempo, a hacer inteligibles algunos de sus pasajes sin que haya necesidad de recurrir continuamente a libros de consulta que podrían no estar a la mano.

Siguiendo los métodos adoptados por autores versados en esta clase de disertaciones, se principia por relatar el origen etimológico del nombre AVELEYRA, en seguida su origen histórico, después la genealogía de las familias que lo llevan y, finalmente, el origen y evolución del emblema o blasón que sus antepasados usaron y que constituye el distintivo tradicional de su linaje.

En el curso de esta narración se encontrarán citas de fuentes cuando el caso lo amerita para afianzar la exactitud de la exposición o la fidedignidad de los asertos. En algunas ocasiones se transcriben literalmente los textos en otros idiomas para conservar íntegras las ideas o para dar más sólida sustentación a las inferencias que se apuntan, a veces extremadamente insólitas.

Cuando se omiten las citas para evitar prolijidad y tedio, se debe entender que los datos han sido tomados de alguna o algunas de las obras que aparecen en la Bibliografía.

No se ha negado cabida a la leyenda porque aparte de romper la ineludible aridez de todo trabajo genealógico, le presta, dentro de su índole fantástica e inverosímil, cierta corroboración a la existencia – no a los hechos – de algunas personas o de algunos lugares, o ayuda a determinar una época o un acontecimiento histórico.

Por la misma razón tampoco se ha desdeñado el verso poco ortodoxo de algunos linajistas, por cierto muy respetables, que en medio de su desaliño encierra datos interesantes, a veces no mencionados en otras fuentes.

Improba en extremo ha sido la tarea de investigar el origen histórico del apellido AVELEYRA y el genealógico de la familia de este nombre, particularmente porque todo lo que a ellos se refiere es demasiado remoto o demasiado reciente para figurar en los clásicos libros de linajes o tratados de genealogías. Además, la circunstancia de que la trayectoria genealógica de la familia y la histórica del apellido hayan divergido, al salir de su origen común, en distintas direcciones y después de varios siglos de separaciones se hayan vuelto a juntar en el mismo linaje, suscitó intrincados acertijos que sólo la paciencia y un metódico razonamiento analítico pudieron despejar,

La primera noticia que se encontró en los textos especializados fue obscura y desalentadora

“Na beira existiam ainda no século XIV cavaleiros con pálidos de Maceyra, de AVELEYRA e de Falqueyra que parecem foiram tomados das Quintas homónimas. Presentamente parecem ter-se extinguido”

De allí en adelante el azar fue el único aliado con que se contó para llevar adelante esa tarea, agravada por los frecuentes errores que se encuentran en las transcripciones de documentos medievales en que el tipo gótico de los manuscritos latinos fue tan propicio para equivocar letras y deformar nombres, y por las corrupciones que los dialectos populares introdujeron en los vocablos latinos y romances en la época de la transición.

La investigación relativa al blasón fue particularmente ardua por la diversidad de descripciones someras y confusas que extraviaban los conceptos y sumían en la más densa perplejidad al entendimiento. Lo que a este respecto se presenta debe ser tomado con una gran dosis de cautela sin que esto implique, empero, que se deba ver con repugnancia al diseño del blasón por el solo hecho de que no se ajuste a las reglas heráldicas clásicas cuyo origen data de tiempos posteriores.

En cuanto a la parte etimológica la investigación no encontró obstáculos; el único problema consistió en poder allegar las fuentes adecuadas después de un sencillo proceso deductivo.

Finalmente, este trabajo no reclama una absoluta creencia en ninguno de sus aspectos, con excepción del etimológico que es evidente, pues las propias fuentes en que se basan son resbaladizas y precarias, pero sí se puede asegurar que ha sido expurgado de todo lo que manifiestamente se apartaba de la lógica o de la Historia.






ETIMOLOGÍA

Aunque en todas las edades la Etimología ha ocupado la atención de los ilustrados y de los estudiosos, no fue sino hasta el siglo XIX cuando su estudio comenzó a encauzarse sobre principio realmente científicos.

Las similitudes de sonidos y las falsas analogías han conducido frecuentemente a erróneas etimologías que tuercen totalmente la connotación de los vocablos como se puede ver en el ilógico procedimiento seguido en el Antiguo Testamento y en algunas historias de los pueblos aborígenes de América para la interpretación de nombres personales –aplicados a conveniencia después del hecho-así como en las explicaciones homéricas de los nombres de los dioses y hombres; en las etimologías fantásticas tan comunes en los escritores medievales y hasta en los contemporáneos; en las extravagancias de los topógrafos celtas y aun en la candidez de algunos diccionarios modernos.

En efecto, las ideas actuales de método en la Etimología apenas han rebasado los límites alcanzados por los gramáticos de Alejandría y por Varro entre los romanos.

La Etimología científica no debe concretarse a buscar las relaciones de las palabras de un idioma dentro de este mismo exclusivamente, sino que ha de extender su vista a todo el grupo de lenguas cognadas o, más ampliamente, a toda la familia lingüística.

El notable etimologista Prof. Skeat da la pauta para cualquier trabajo etimológico al recomendar que “antes de intentar una etimología, debe determinar cuáles fueron la forma más primitiva y el uso más antiguo de la palabra observando estrechamente la cronología; si la palabra es de origen vernáculo, se debe escudriñar su historia entre los idiomas conexos y si es tomada de otra lengua, se debe observar la geografía y la historia de los eventos teniendo presente que las palabras pasan de un idioma a otro por medio del contacto directo”.

Siguiendo el método enunciado, para encontrar el origen primitivo y la derivación de un apellido que no sea sencillamente patronímico, es preciso investigar el significado prístino de las palabras que lo engendraron, su evolución histórica, su uso geográfico, su transferencia de una lengua a otra y su expresión ortográfica a fin de poder determinar la razón y punto de su nacimiento como nombre de familia, su conexión con lugares donde aparezca como toponímico y, finalmente, su significación e importancia en la genealogía de la familia que lo lleve.

Antes de iniciar la etimología del apellido AVELEYRA hay que definir la filiación idiomática de la palabra y conocer su denotación lexicográfica con objeto de percibir el sentido de los elementos inflexionales que hayan contribuido a darle forma y significado. La averiguación, pues, tiene que comenzar en los diccionarios.

Los de la lengua española, antiguos y modernos, no traen ese vocablo, evidentemente porque no es castellano. Las enciclopedias de este idioma registran algunos topónimos de estructura similar: ABELEIRA, ABELLEIRA y AVELLEIRA; todos son lugares pertenecientes a la región de Galicia pero, por la misma razón de no ser voces castellanas, se omite su lexigrafía.

La desinencia común eira presenta una inflexión característica del grupo lingüístico gallego – portugués cuya función define la “Grande Enciclopedia Portuguesa e Brasileira” del siguiente modo: “Suffijo que exprime capacidades para conter (carteira, licoreira) ou para produzir (castaniera, oliveira) e d’aqui a idea de aptidade (padropeira, heredeira) de collectividade (lobeira, abelheira ) de extensao (pradeira, ribeira) utilizacao (andadeira, orelheira), actividades, professao, cualidades, etc”.
Es decir, que el sufijo gallego-portugués EIRA corresponde a la terminación ERA en Castellano (cartera, heredera, abejera, ribera).

En cuanto a la denotación de estos vocablos, los léxicos gallegos registran ABELEIRA (igual que abelal) como plantío de ABELAS (abedules); ABELLEIRA como nido de ABELLAS (abejas) y AVELLEIRA como árbol que da las avellanas, o sea la avellanera.

Por su parte los diccionarios portugueses traen las palabras ABELEIRA, ABELHEIRA, ABELLEYRA Y AVELEIRA, que definen como sigue: ABELEIRA, “plantío de abelas” (plantío de abedules); ABELHEIRA Y ABELLEIRA, “ninho de abelhas” (nido de abejas); AVELEIRA, “nomo vulgar de Corylus Avellana, árvore que da as avelas” lo cual identifica a ese árbol con la AVELEIRA gallega y la AVELLANERA castellana. Respecto de él sigue diciendo la Enciclopedia: “Árvore amantácea fructífera (os frutos sao chamados AVELAS) pouco frecuente no estado espontâneo e un tanto cultivada entre nós (principalmente no norte)

Quao docemente agora aquí cantava um rouxinol
Entre estas AVELEIRAS.- Diego Bernardes, “O Lima”.
Aquí se encontram ciprestes, mirtos, cedros e AVELEIRAS.- Castillo, “Amor e Melancolia”

Hay en portugués dos vocablos sinónimos de AVELEIRA que han caído en desuso: AVELANEIRA Y AVELANZEIRA que fueron las primeras formas que, al pasar del Latín al Romance se emplearon para designar a ese árbol.

De todas las palabras referidas, la que más concuerda con AVELEYRA es la portuguesa AVELEIRA; sin embargo, su ortografía difiere en el sufijo y es necesario determinar sin son dos vocablos distintos o uno solo con grafía modificada. Para ello conviene observar la evolución histórica y fonética de la I y de la Y desde sus principios.

La I, derivada de la IOTA griega a través del Latín, tuvo en este último idioma tanto el sonido de vocal como el de consonante, dándole este segundo valor cuando procedía a otra vocal sufriendo diptongación, ej.: iuvenem, coniugem, maioris, adituare, eiusdem.

La Y, por su parte, viene del Latín donde al principio sólo fue una forma de variación (Y, y) de la letra griega T, v (vpsilon), agregada por los griegos al alfabeto egipcio; su sonido primitivo en griego fue la de U pero después se convirtió en Ü como en Francés y como ü en Alemán hasta confundirse con el de la I. En el antiguo Asturiano y en el Aragonés así como en Gallego y consecuentemente en Portugués, la Y tuvo un sonido parecido al de la ü.

La letra upsilon fue usada por los griegos desde la época de Cicerón y los romanos la representaban generalmente por medio de la u y más tarde adoptaron la forma de la y; de aquí que del Griego korvlos se escribiera en latín corulos y después corylus.

Consideraban los latinos a la Y como letra extraña y sólo la empleaban en las transcripciones y traducciones de palabras griegas pues el Latín no tenía sonido parecido a la v (vpsilon). Los nombres que ahora se dan a esta letras, llamándola upsilon o ypsilon, corroboran la variedad de su pronunciación.

En Castellano y en Portugués, así como en los demás idiomas romances, se escribían antiguamente con Y todas las palabras que en .Latín llevan esta letra, como ANALYSIS, ETYMOLOGIA, PRESBYTERIO, HYMNE, MARTYR, en las que más tarde fue substituida por la I.

En los últimos siglos de la Edad Media (1350 – 1550) la Y fue escrita 3 con el sonido de Y, como en YA, o sea el equivalente de la YOD hebrea que se cambiaba en el de K antes de T o al final de palabra. El símbolo 3 desapareció alrededor de 1500 viniendo a confundirse con la Z, pero el sonido de YOD pasó entonces a la Y quitándole poco a poco su sonido de I.

En Portugués, la Y fue substituía antiguamente a la I cuando ésta tenía un sonido doble o en la terminación de un diptongo, ej.: CORREYO, AVELEYRA, MOREYRA, PEREYRA, LEY, y tenía el mismo valor que la I en MYSTERIO, ESTYLO.

En realidad, su uso fue siempre anárquico como puede verse en el “Cancioneyro Geral” de García de Resende, 1516, en cuya primera página se lee: “Pregunta que fez Jorge da Silveyra a Nuno Pereira porq hyndo por hun caminho vynha Nuno Pereyra muyto cuydoso e Jorge da Silveira vouia parte deddo muitos sospiros faz-o ambos servidores de senhora dona Lyonor de Sylva pe rquem s hia sospirado senhor Jorge da Silveyra e por mem hia assi cuydando senhor Nuno Pereyra…”

Actualmente ya no existe la letra Y en el alfabeto portugués como se puede ver en cualquier gramática o diccionario; su uso fue proscrito en el año de 1562, pero anteriormente se le encuentra profusamente en palabras como éstas: LYXBOA (Lisboa), YHLAS (islas), YNFANTE, FEUREYRO, REY, PRIMEYRA, OTENTA (1502), CHRYSTO, ROUEYTOSO (1504); ASSY, MAYOR, LYONOR, RAYHNA, PARCEYROS, OVILHEIRO, AVELEYRA (1536); RIBEYRO, MAYS, TUY, CAVALLEYROS (1554). Fue en este empleo, al final de diptongo, en el que por más tiempo subsistió se observa en la siguiente inscripción de 1612: “OS LVISIADAS”” de Lvis de Campos, Principe da poesia heroyca.- Domingo Fernandez, livreyro.

Al quedar suprimida la Y del alfabeto portugués, su sonido pasó a ser representado por la I, y por la J su sonido fuerte.

Consecuentemente ya no hay palabras en ese idioma que se escriban con aquella letra y solamente se conserva su uso en unos cuantos apellidos como AVELEYRA, AVEYRO, CERVEYRA, PEREYRA, PINHEYRA Y VIEYRA, siguiendo las tradiciones y costumbres familiares que prevalecieron sobre las nuevas reglas ortográficas, a diferencia de los correspondientes nombres comunes (de los árboles, etc.) y topónimos en los cuales la observancia de esas reglas es obligatoria. Los demás apellidos de igual estructura se escriben con I ya sea porque se sometieron a la nueva ortografía o porque su aparición como nombres de familia data de épocas más recientes, siendo curioso observar que los de este grupo son los más extendidos y generalizados en tanto que AVEYRO se ha extinguido ya, AVELEYRA sólo se encuentra en dos ramas de América procedentes del mismo tronco, PEREYRA Y VIEYRA, aunque un poco más vulgarizados, son pocas las familias que lo llevan.

Establecida la lexigrafía de AVELEYRA, procede ahora examinar su lexicología comenzando por AVELA, que es el fruto de AVELEIRA.

La gran Enciclopedia ya citada dice; AVELA.- o fruto da Aveleyra, o mesmo que AVELANA, do Latín AVELLANA; de AVELLA ou AVELA, oppidio da Campania, munic. Avellin, hoje Avelino; é l’antiga ABELLA citada por Virgilio, de origem etrusca”

Con este indicio se tiene que dirigir la investigación hacia Italia para encontrar la toponimia de ABELLA y conocer el curso de su transformación en nombre de árbol.

Enciclopedia Italiana, Instituto Giovanni Treccani.- “AVELLA.- Comune della provincia de Avellino, dista 23.7 chilometri del centro capuluego. A breve distanza a NE. de AVELLA, ai piede del M. Partenio (Montevergine), sorgeva l’antica cittá di ABELLA, uno del piú piccoli centri de la Campania prerromana e romana (regione 1ª. Augustea e della tribú Galeria). Del periodo della sua autonomia politica resta il cosidetto ceippo ABELLANO, presso Castello medievale di AVELLA. É detta da Virgilio (Aen. VII,740) MALIFERA ABELLA” (Abella fructifera) per la rica produzione delle frutte, per la splendida vista del monti boscosi dei dintorni, primi fra tutti Il AVELLA, il Partenio e il Terminio, ricchi di AVELLANE. ## ABELLA (AVELLA VECCHIA).- Cittá vetustísima d’Italia a NE. Di Nola in Campania. La sua origine e creduta etrusca. Fui insignorizzata dai Greci, dagli Osci, dai Samiti e, per ultimo, dai Romani. I sarraceni la distrussero nel sec. X. A giudicare delle sue ruine, che ancora si ammirano a 3 km. della moderna AVELLA, presso le sorgenti del Clanio, doveva essere assai vasta”

Latin-English Lexicon.- “ABELLA.- A town in Campania near Nola, abounding in fruit trees and nuts, now AVELLA: Malifera Virg. A7, 740; hence ABELLANA NUX, the hazel nut.

Enciclopedie Francaise.- “ABELLA.- Fondée par la chalcidiens elle etait rennomés pour ses fruits et son nom resté aux grosses noisettes apellée AVELINES”

Diccionaire Etimologique de la Langue Latine.- “ABELLA.- Nome d’une ville de Campanie significant “la ville des pommes”; cf. Vir. Aen. 7, 740…MALIFERA…MOEANIA ABELLAE- Derivés: ABELLANUS, A UM, qui a servi d’epithete á NUX pour designer la grosse noisette (It., Esp. AVELLANA); cf. aussi ABELLANIA, ABELLANUS, A , UM. M.L. 17, 18”.

Totius Latinatis Lexicon.- “ABELLA, AE (cf. Esse videtur c. aper. Th.) Nomen oppidi in Campanum tribu Galeria, hodie AVELLA, de cujus etymo disputant ashuc eruditi viri; naque enim quis facile admiserit, que e veteribus protulit Verg. AEn. 740. #Quidam hanc civitatem a rege MURANO conditam MOERAM nomine voatum ferunt, sed Graecos primus eam incoluisse, quae ab nucibus, ABELLANIS ABELLA nomen accepit. Humus civis nunc AVELA aut AVELLA VECHIA. Campanie oppidium in prima Italiae regione (ef. Plin, 3.9.11), Chalicidensium olim colonia teste Justin. 20.1.13, cum loca circa Capuam possiderent, orto tumulto interiisse, aliosque fugientes Moeranum abiisse, et enjus incolis servisse, et quod IMBELLIORES fuerint, ABELLANOS dictos. E resentioribus minus improbabilis videtur conjectura mommsenii, qui deduceret ab ABER loco APER, ita ut ABELLA, quasi APERULA, fuerit sic dicta a QUANNITATE APRORUM, vel ab APPOLINE, qui inter primas Samnitium, ad quos spectabat, divinitates fuisse videtur. Scribitur et AVELLA, unde incolae ABELLANI et AVELLANI dicti.- Item BELLA.- Derivata ABELLANIUS, ABELLANUS, ABELLINUM, ABELLINATES, ABELLINUS, Virg. 7. Aen. 740., a copia nucum, quae inde ABELLANCE AVELLANOS vel AVELLINOE dictae sunt, MALIFERAM apellavit”.

Latinatis Onomasticom.- “Corp. VI, 1057, tit.2, 134. L. Ponti (us) ABELLAN (us) nux ABELLANA, legitor persaepe AVELLANA, interdum AVALLANA, ABALLANA; V340, 18 AVELLANUS, haesl CORYLUM indicat, V 278,52 CORYLUS AVELLANUS. Gloss. (palabras en griego) (val.aluna: Ital. AVELLANA; Franceg. AVELINE; Hisp AVELLANA; Port. AVELLAN). Nuces calvas, ABELLANAS, praenestinas, graecas sane coryli proprie dicuntur, nam ABELLANAE, ab ABELLA, Campanias oppido, ubi abundant, nominate sunt.- Haec usu scribendi recepto AVELLANA dicitur”.

Las menciones que las preinsertas referencias hacen de los Oscos y los Samnitos, de Moera y de la Campania, inducen a remontar la investigación a esa remota antigüedad dentro de la citada comarca italiana, para ,lo cual sólo se cuenta con tradiciones y leyendas.

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