sábado, 7 de junio de 2008

AVELEYRA (Contemporáneo)

Trescientos años pasaron; la progenie de los antiguos señores de AVELEYRA continuó durante todo ese tiempo usando el apellido AVELAL a través de ocho generaciones de las que, en gracia de la brevedad se da sólo una somera síntesis circunscrita a la línea de varonía; los años corresponden a los de nacimiento pero en varios casos indican no más que los de las noticias más próximas que se lograron encontrar.

1546 André Bento de Avelal, hijo de Joao Xavier de Avelal; fue un notable matemático y se casó con Isabel Sotelo de Palmeyra, hija de Martinho Sotelo de Palmeyra.
1572 Luiz de Avelal, hijo del anterior; fue, como su padre, matemático casado con Amelia Alvares de Pereyra, hija de Nuno Alvares Pereyra.
1607 Jose de Avelal, hijo del anterior, pintor de cierto renombre, su esposa fue Branca Outiz de Oliveira, hija de Fernao Outiz de Oliveira
1632 Francisco de Avelal, hijo del anterior; fue Prior de la Orden de Aviz después de contraer matrimonio con Catarina Lopes de Felgueiras, hija de Gonzalo Lopes de Felgueiras.
1651 Matias de Avelal, hijo del anterior, arquitecto, casado con Beatriz Silva de Cerveyra, hija de Alfonso Silva de Cerveyra
1683 Manuel Benedeto de Avelal, hijo del anterior, contratista constructor, se casó con Branca Coutinho de Matos, hija de Estevao Coutinho y de Adelina de Matos.
1705 Bento Jose de Avelal, hijo del anterior; arquitecto, casado con Maria Marguerida Almeida, hija de Pedro Benedeto de Almeida y de Marguerida Dias Velhoso. De este matrimonio hubo tres hijos: Ignacio Quintino, Joao y Matias de Avelal, el primero nacido en 1731 quien con motivo de nuevas contingencias políticas ocurridas a mediados del siglo XVIII, volvió a adoptar el nombre prístino de la estirpe por tanto tiempo abandonado, según lo consigna en su “Armaria Portuguesa”, escrita en 1889, Don Artur Alberto Avelal, descendiente de Dona Matias.

Don Ignacio Quintino Avelal se distinguió, desde que era estudiante por sus ideas liberales y a causa de ello sufrió varios encarcelamientos. Ya graduado como Médico Cirujano y acabando de casarse con Doña Clara Delfina Vasconcelos, hija de Don Frei María Vasconcelos y de Doña Delfina Soares Coelho, fue preso una vez más por jacobino, junto con un grupo de jóvenes liberales, y encerrado en la “Casinha”, nombre que entonces se daba a la Inquisición; luego fue deportado para la Colegia, pero el “juis de fora” de allí lo denunció como “criatura peligrosa” y lo regresaron a Lisboa para embarcarlo en la fragata “Amazona” en unión de otros presos políticos con destino a la isla de Terceira donde fue confinado en el castillo de S. Joao Baptista.

Unos cuantos meses después, su joven esposa dio a luz a su primer hijo, Don Pedro Antonio (1764), y siete años más tarde logró él escapar de su cautiverio con ayuda de sus hermanos y de algunos amigos y fue a refugiarse a Galicia donde, para eludir la persecución de la Inquisición, se cambió el nombre por el de Antonio María de AVELEYRA, tomando este apellido del título de su señorío que originalmente ostentaron sus antepasados, mientras que Don Joao y Dona Matias continuaron usando el de AVELAL y fueron los troncos de los AVELA y AVELAR en Galicia (donde algunos lo escriben incorrectamente ABELAL) y Portugal.

Establecido en Orense, Don Antonio María y su esposa tuvieron tres hijos más: Don Manuel Ignacio de AVELEYRA, nacido en 1773; Don Antonio de AVELEYRA, 1775 y Don José de AVELEYRA, 1778, que fueron a la par que su hermano Don Pedro Antonio, los primero en usar ese nombre como genuino apellido de familia hereditario, el cual, sin embargo, no se propagó en Europa pues Don José, el menor, que fue el único que permaneció en Orense, le dio forma gallega y es él de quien provienen los AVELLEIRA de Galicia, en tanto que los tres primeros pasaron a América y fueron los geneatras de otras tantas ramas AVELEYRA aquende el océano.

Después de diez siglos de gestación en el Viejo Mundo, desde los montes de la Campania Felice hasta los Valles del Minho, el apellido AVELEYRA vino al fin a germinar únicamente, como se verá en seguida, en los vergeles del Anáhuac, como si el Destino hubiera querido que fuese un nombre netamente mexicano.

En efecto, Don Pedro Antonio abandonó temporalmente sus estudios de arquitecto constructor para irse a Sud-América y se radicó en Buenos aires donde se casó con Doña Mónica Loyola, porteña, de cuyo matrimonio nació en dicha ciudad el 17 de julio de 1786 Don Santiago Alejo AVELEYRA que actuó como voluntario contra los invasores ingleses, se alistó en 1809 entre los propagandistas de la libertad y murió el 9 de junio de 1869 dejando una sola línea de sucesión que está por extinguirse pues de ella sólo queda un vástago de edad avanzada y sin hijos que radica en Lima, Perú.

En cambio, el segundo y tercero de los hermanos, Don Manuel Ignacio y Don Antonio, pasaron a México donde fundaron las dos únicas ramas que han florecido.

Don Manuel Ignacio hizo amistad desde que era estudiante universitario, con un joven Teniente catalán de nombre Andrés Terres que llegó a Orense formando parte de la expedición del Ejército de Galicia y Asturias con destino a Portugal, amistad que al correr el tiempo habría de orientar el apellido AVELEYRA hacia el Nuevo Mundo.

Sucedió que, al terminar sus estudios, Don Manuel Ignacio se fue a Portugal para establecer su residencia en la patria de sus mayores y se casó en Oporto el 22 de diciembre de 1799 con Doña maría Antonia Viegas de Ataide, hija menor de Don Antonio Bento Viegas de Ataide y de Doña maría Isabel de Freitas, distinguida familia de Beira, pero viéndose frecuentemente molestado por ser hijo de Don Antonio María, regresó a Galicia cuando el Teniente Terres acababa de recibir órdenes de trasladarse a Guadalajara, Nueva Galicia, (México) para incorporarse al Regimiento de Infantería de Nueva España junto con otros oficiales entre quienes se contaba el Teniente Manuel Antonio Cañedo, nativo de Guadalajara y perteneciente al Regimiento mencionado, que desde 1797, no habiendo aún alcanzado la mayoría de edad, había sido enviado a España para instruirse en la carrera de las armas y ahora regresaba a reincorporarse a las fuerzas de su matriz.

A través del Teniente Terres, Don Manuel Ignacio trabó también amistad con el Teniente mexicano cuyos relatos acerca de su patria en momentos en que el caos se cernía sobre España y Portugal ante las amenazas de Napoleón, lo indujeron a trasladarse con su esposa a México para lo cual logró por medio de influyentes recomendaciones que se le permitiera hacer el viaje en unión de sus dos amigos a bordo del bergantín “SAETA” que zarpó de Vigo en enero de 1800 y después de tocar otros puertos españoles los condujo a Veracruz.

Unos meses más tarde partió también para la Nueva España Don Antonio AVELEYRA, quien creó intereses en Texcoco y procreó tres hijos, Don Antonio, Don Ignacio y Don Joaquín, de los cuales sólo el primero dejó generación que termina con Don Alberto AVELEYRA, (vivo – 1957).

Durante su breve estancia en Veracruz antes de proseguir el viaje al interior del país, Don Manuel Ignacio y su esposa, que ya venía encinta de su primogénito, se hospedaron en la casa de una familia criolla conocida del Teniente Cañedo y por mediación de ella el Jefe del Regimiento de Infantería de Línea Fijo de Veracruz los recomendó con Don Joaquín Mosquera, Alcalde de Corte, quien influyó para que Don Manuel fuera nombrado Oidor de la Audiencia de México con objeto de que tuviese una posición que le facilitara establecerse en el ejercicio de su profesión.

El día 30 de agosto de 1800 y en la casa número 14 de la calle de Jesús (de aquella época) dio a luz Doña María Antonia a su primer hijo que fue bautizado en la parroquia de Regina Coeli con el nombre de CATALINO AVELEYRA Y VILLEGAS y dos años después tuvo una hija llamada María de los Dolores, de cuyo parto murió.

Encontrábase a la sazón en Toluca como Capitán Ayudante del Comandante Militar el otrora Teniente Manuel Antonio Cañedo, ya casado, quien invitó a Don Manuel Ignacio a que fuera con sus pequeños hijos a pasar una temporada a su casa para aliviarle la pena que la prematura muerte de su joven esposa le había causado.

Una vez en Toluca, Don Manuel Ignacio decidió establecer allí su residencia y después de obtener de la Auditoria de México su traslado a esa ciudad como Oidor, fue también Regidor al mismo tiempo que ejercía con éxito su profesión lo cual le permitió adquirir varias propiedades rústicas en Tenango, Tenancingo y otros lugares cercanos a Toluca y dar a sus hijos una esmerada educación baja el cuidado de distinguidos preceptores particulares.

El único hijo de Don Manuel Antonio Cañedo que se llamó Manuel Muñón Cañedo, nacido poco después de que Don Manuel Ignacio se radicara en Toluca, fue el compañero de juventud y amigo predilecto de Don Catalino pues él y su madre fueron a vivir a la casa de Don Manuel Ignacio durante ocho años que su padre estuvo deportado en España después de haber caído prisionero de la tropas realistas en la Guerra de Independencia, y al proclamarse el Plan de Iguala ambos jóvenes se incorporaron como voluntarios al Regimiento de Urbanos de Toluca habiendo caído también prisioneros de los españoles en Lerma junto con el Teniente Ignacio Inclán.

Al triunfo del Ejército Trigarante fueron libertados y Don Catalino ingresó al Servicio Civil de la Administración Pública en el que desempeñó progresivamente diversos cargos, en tanto que Don Manuel Muñón Cañedo siguió la carrera de las armas.

En 1834 se casó Don Catalino AVELEYRA con Doña Juana Alfaro y González de Cosío, hija menor del Coronel don Simón Alfaro y de su esposa, Doña Ana González de Cosío hija a su vez de Don Manuel González de Cosío, de cuya unión tuvo seis hijos y seis hijas que nacieron en el orden siguiente: José 1835, Dolores 1836, Manuel 1837, Enriqueta 1838, Tomás 1839, Mercedes 1841, Ramón 1843, María de Jesús 1845, Agustín 1846, Concepción 1847, Ángela 1850, Vicente 22 de diciembre de 1846 y Josefina 1863.

Al desatarse en 1845 la infame agresión de los Estados Unidos después de más de veinticinco años de intrigas y amagos, Don Andrés Terres, Don Manuel Antonio Cañedo y Don Ignacio Inclán eran ya Generales del Ejército Mexicano y combatieron al invasor en defensa de la Patria. Don Manuel Muñón Cañedo, que tenía entonces el grado de Comandante de Batallón, recibió la comisión de organizar cuerpos de voluntarios para luchar contra el alevoso enemigo y entonces Don Catalino realizó la mayor parte de los bienes que había heredado de su padre con cuyo producto contribuyó importantemente para equipar aquellos cuerpos tanto con armas y municiones como con víveres y bestias, gracias a lo cual pudieron incorporarse oportunamente a la 2ª. División del Ejército que salió de San Luís Potosí en marzo de 1847 bajo el mando del General de Brigada Don Ciriaco Vásquez y con ella concurrieron a la jornada de Cerro Gordo donde dicho General murió en el campo de batalla.

Terminada la guerra, Don Manuel Muñón Cañedo se retiró del servicio activo con el grado de Coronel y Don Catalino continuó desempeñando diversos cargos públicos como Regidor, Tesorero del Ayuntamiento de Toluca, Jefe Político y Tesorero del Estado, y habiendo logrado rehacer su fortuna volvió a ponerla al servicio de la Patria en 1862 para ayudar a combatir al ejército francés, a causa de lo cual sufrió durante la guerra constantes persecuciones de parte de los imperialistas.

Al triunfo de la República procuró reconstruir el patrimonio de sus hijos pero debido a su avanzada edad sólo alcanzó a establecer a los dos mayores, José y Manuel, en la carrera de Medicina y a los dos siguientes, Tomás y Ramón, en la Farmacia, lo cual requirió que trasladase su residencia a la Ciudad de México. A los dos menores, Agustín y Vicente, que llegaron a su adolescencia cuando Don Catalino estaba en los umbrales de la ancianidad, no les pudo dar una carrera liberal pero les instaló unos talleres de imprenta bajo la supervisión técnica de un experto amigo suyo para proporcionarles una posición económica independiente.

Próximo a cumplir los ochenta años de edad, Don Catalino murió el 6 de mayo de 1880, siendo sobrevivido únicamente por Don Manuel, Don Tomás, Don Agustín, Doña Ángela, Don Vicente y Doña Josefina; los demás, y años después Don Tomás murieron sin dejar descendencia.

Doña Ángela Aveleyra y Alfaro se casó con Don José Arévalo y tuvo dos hijas que fueron María Arévalo Aveleyra que contrajo matrimonio con Don Joaquín Pont de cuya unión nació Amparo Pont Arévalo, hija única; y Juana Arévalo, casada con Don José Aguilú Arévalo quien tenía un hijo de anterior matrimonio, llamado Félix Aguilú, marido de Amparo Pont.

Doña Josefina Aveleyra se casó con Don Pedro Garduño, y tuvo un hijo, Julio Garduño y Aveleyra.

Don Manuel Aveleyra y Alfaro tomó por esposa a Doña Aurelia de la Torre con quien procreó cinco hijas y un hijo: María, Aurelia, casada con Adolfo Arribas y de quien nación Ernesto Arribas Aveleyra, Carmen, casada con Julio Ortega Islas, Asunción, Manuel, casado con Teresa Arroyo de Anda y padre de Manuel, Teresa, Luís Pablo y Margarita Aveleyra Arroyo de Anda.

Don Agustín Aveleyra y Alfaro se casó con Doña Mateana Munguía y tuvo un hijo, Agustín Aveleyra Munguía unido en primeras nupcias con María Teresa Izaguirre de quien tuvo a Agustín y María Teresa Aveleyra Izaguirre, y en segundas nupcias con Raquel Del Moral, en quien engendró a Gustavo, Manuel, María y Raquel Aveleyra Del Moral.

Antes de casarse Don Agustín quiso separar sus intereses de la imprenta y con tal objeto fueron vendidos los talleres en 1885; el año siguiente entró Don Vicente a trabajar en la Tesorería General de la Nación donde hizo su Carrera de funcionario público distinguiéndose por su acrisolada honradez, su eficiencia y su escrupuloso cumplimiento del deber durante treinta años de intachables y meritorios servicios.

El 12 de octubre de 1888, Don Vicente Aveleyra y Alfaro se casó con Doña María de la Luz Assiayn y Urioste, nacida en Ixmiquilpan el 28 de febrero de 1865 siendo hija segunda de Don José María Assiayn, benefactor de dicha ciudad cuya calle principal aun lleva su nombre, y último vástago de los señores Assiayn que tuvieron su solar en Olza, Navarra y de Doña Concepción Urioste de Santource de Balmaceda, Vizcaya de cuyo matrimonio tuvieron cuatro hijos: Rafael Vicente, nacido el 23 de julio de 1894 (fallecido el 28 de agosto de 1960), Francisco José, nacido el 26 de octubre de 1896 (fallecido el 3 de julio de 1978), Guadalupe, nacida el 9 de abril de 1898 (fallecida el de 1964) y Luís, nacido el 27 de marzo de 1908 (fallecido el de 1963), AVELEYRA ASSIAYN.

Tocó a Don Vicente pasar su infancia durante la época de Don Benito Juárez García, su juventud en la de Don Sebastián Lerdo de Tejada y el resto de su vida en la de Don Porfirio Díaz Mori; contaba nueve años de edad cuando el Ejército de Napoleón III vino a México a tratar de imponer como emperador al Archiduque Maximiliano de Austria (Hasburgo), pero recordaba con claridad y legítimo orgullo el celo patriótico con que su padre, a la edad de 62 años, había sacrificado por segunda vez sus bienes al servicio de la Patria. Bajo la influencia de ese ejemplo fue, además de un liberal de abolengo, un ferviente patriota, un ciudadano modelo y un caballero sin tacha. El hogar que él y Doña Luz Assiayn formaron fue un santuario a la virtud apacible y feliz que con plácida añoranza recordaron siempre sus hijos.

Rafael Vicente Aveleyra y Assiayn se casó en primeras nupcias con Consuelo Aguilar y Reyes y con ella tuvo a Consuelo (muerta a los dos años y medio de edad), Luz y Esther Aveleyra Aguilar.

Luz Aveleyra Aguilar contrajo matrimonio con Don Miguel Lerdo de Tejada ---con quien tuvo tres hijos: Luz, Miguel y María Elena Aveleyra Lerdo de Tejada, esta última muerta a muy temprana edad.

Esther Aveleyra Aguilar tomó por esposo a Federico Reynaud, con quien tuvo tres hijos; Federico, Manuel y Lourdes Reynaud Aveleyra.

Don Rafael Vicente Aveleyra y Assiayn, se distinguió, como sus antepasados, en los ideales liberales que guiaron sus pasos durante la Revolución Mexicana de 1910, ocupó una Diputación durante el Gobierno de Don Venustiano Carranza, y fue diplomático el resto de su vida, hasta su retiro, habiendo ocupado importantes encargos diplomáticos en varias ciudades de Europa y los Estados Unidos; contrajo matrimonio, en segundas nupcias con Doña Josefina Fierro Baca, con quien tuvo dos hijos: Rafael y Raúl Aveleyra Fierro.

Rafael Aveleyra Fierro, se tituló como, médico en la Escuela Médico Militar de la Ciudad de México, tomando la especialidad en oftalmología, y siguió la carrera militar llegando a obtener en su retiro el grado de General Brigadier; se casó con Doña Victoria Fernández Lavín y tuvieron cuatro hijos, Rafael, Verónica, Victoria y Carlos Aveleyra Fernández.

Raúl Aveleyra Fierro, al igual que su padre, siguió la carrera diplomática lo que le permitió cumplir con diversos encargos en los Estados Unidos, Europa y Asia, hasta su retiro en Australia. Se casó en primeras nupcias con Virginia --- con quien tuvo tres hijos, Raúl, Leticia y Roberto Aveleyra ---. En segundas nupcias contrajo matrimonio con Robyn Ford con quien tuvo dos hijos, Ricardo y Carlos Aveleyra Ford.

Francisco Aveleyra y Assiayn, heredero de la vocación paterna, siguió la Carrera de Servicio Público en la Administración Pública Federal hasta su retiro, habiéndose distinguido, al igual que Don Vicente, por su intachable honradez, sentido de responsabilidad y probada capacidad en el desempeño de su actuación en diversas Secretarías de Estado como fueron la Secretaría de Salubridad y Asistencia, Secretaría de Educación Pública, en donde fue Tesorero del Comité Administrador del Programa Federal de Construcción de Escuelas, la Secretaría del Trabajomy Previsión Social y en las Oficinas de la Presidencia de la República, de donde se retiró, siendo el Presidente de México, Don Gustavo Díaz Ordaz y Bolaños Cacho. Se casó con Doña Ana María Riva Palacio Morales, hija de Don Carlos Riva Palacio Cruz-Manjarrez y de Doña Francisco Morales Gómez. Era descendiente directa del héroe y consumador de la Independencia de México, Don Vicente Guerrero Saldaña y de Don Mariano Riva Palacio, distinguido político y abogado que representó, por encargo del propio Don Benito Juárez García, a Maximiliano de Hasburgo durante el juicio que se le llevó y que culminó con su fusilamiento en el cerro de las Campanas en la ciudad de Querétaro. Tuvieron cinco hijos: Francisco, muerto a los tres meses de nacido, María Ana de la Luz, Francisco, Luz María y Carlos Vicente Aveleyra Riva Palacio

María Ana de la Luz Aveleyra Riva Palacio contrajo matrimonio con Luís Bernardo Domínguez Carrara y tuvieron cinco hijos: Ana Luz, Martha Cecilia, Luís Francisco, Alejandro y Claudia Marcela Domínguez Aveleyra.

Ana Luz Domínguez Aveleyra se unió en matrimonio con Carlos Mario Martínez Santa Anna y tuvieron tres hijos: Carlos Alberto, Juan Francisco y Mariana Martínez Domínguez.

Juan Francisco Martínez Domínguez casó con Pamela…

Martha Cecilia Domínguez Aveleyra contrajo matrimonio con Vladmir Terrazas habiendo procreado con él tres hijos: Vladimir, Daniel y Sergio Terrazas Domínguez.

Luís Francisco Domínguez Aveleyra, tuvo con su esposa Lilí Fierro tres hijas, Ana Paulina, Fernanda y Renata Domínguez Fierro

Alejandro Domínguez Aveleyra tuvo tres hijos con su esposa Claudia Villavicencio, Alejandro, Maximiliano y Santiago Domínguez Villavicencio.

Claudia Marcela Domínguez Aveleyra se casó con Celerino Sánchez y tuvieron dos hijos: Diego y Fernando Sánchez Domínguez.

Francisco Aveleyra Riva Palacio tuvo tres hijos con su esposa María Alejandra Lépine Muñoz, hija de Don Luís Emilio Lépine Quevedo y de Doña María Aurora Muñoz Rodríguez: María Alejandra, Francisco y Luís Alberto Aveleyra Lépine.

María Alejandra Aveleyra Lépine se casó con Jorge Arturo Pasten Manrique y tuvieron dos hijos: Jorge Alejandro y Mario Arturo Pasten Aveleyra.

Luz María Aveleyra Riva Palacio tuvo dos hijos con su esposo Víctor Gutiérrez Morales, habiendo asentado su residencia en la ciudad de Campeche, Víctor y Gabriela Gutiérrez Aveleyra.

Carlos Vicente Aveleyra Riva Palacio contrajo matrimonio con Rosenda Rodríguez y tuvieron dos hijos: Mónica Marisol y Carlos Aveleyra Rodríguez.

Mónica Marisol tuvo con su esposo Héctor Rojas un hijo, Héctor Andrés Rojas Aveleyra.

Guadalupe Aveleyra y Assiayn se casó con Guillermo Alfaro y García, su primo en segundo grado, y tuvieron cinco hijos: María de Lourdes, José Luís, Jorge, Eduardo y Fernando Alfaro Aveleyra.

María de Lourdes Alfaro Aveleyra contrajo matrimonio con Eduardo Villalpando y tuvieron siete hijos: Carlos Eduardo, Luis Enrique, Fabiola, María de Lourdes, Alejandro, Mónica y Martha Villalpando Alfaro.

José Luís Alfaro Aveleyra tuvo tres hijos con su esposa Mercedes Mariño, José Luís, Rosario y Guillermo Alfaro Mariño.

Jorge Alfaro Aveleyra se casó con Susana Galván Duque y tuvieron tres hijos: Susana, Fernando y Ana Laura Alfaro Galván Duque.

Eduardo Alfaro Aveleyra tuvo tres hijos con María Cristina Moreno: Patricia, Mauricio y Ernesto Alfaro Moreno.

Fernando Alfaro Aveleyra contrajo matrimonio con María Antonia Repetto y tuvieron tres hijas: Fernanda, Marcela y Paulina Alfaro Repetto.

Luís Aveleyra y Assiayn, diplomático, al igual que su hermano Rafael Vicente, cumplió con sus encargos profesionales en varias ciudades de los Estados Unidos en donde se casó con María Fierro Baca, y tuvieron tres hijos: Luís Gonzaga, Francisco Enrique y Luz María Aveleyra Fierro, todos ellos residentes en los Estados Unidos de América.

Luís Aveleyra Fierro se casó con Ann --- y tuvo dos hijos: Daniel Luís y Damon Aveleyra ---

TAL ES LA HISTORIA DEL APELLIDO AVELEYRA. SEA SU SIGNIFICADO PRÍSTINO, “PRODUCTORA DE DE FRUTOS BELLOS”, PRINCIPALMENTE EN EL SENTIDO MORAL, LA CONSTANTE INSPIRACIÓN DE LAS FAMILIAS Y LOS INDIVIDUOS QUE LO LLEVAN:

HISTORIA DE UN BLASÓN


En tiempos primitivos los guerreros procuraban proteger, durante el combate, las partes más importantes de su cuerpo cubriéndose con pieles de fieras.

Los egipcios usaron un escudo que protegía medio cuerpo y tenía una fenda para poder ver al enemigo; los faraones y jefes militares no usaban escudo sino un camisón de paño con escamas de cobre o de bronce.

Los verdaderos y más antiguos escudos usados por los guerreros asirios, babilónicos, egipcios y griegos eran redondeados y estaban hechos de mimbres o de madera y recubiertos con pieles sin adobar. Algunos tenían un refuerzo de metal en el borde y otro en el centro que formaban una “broca” (punta) o “bruccula” (mascarón); así era el escudo que se llamó “clipeos” o “argolios”.

Después les dieron distintas formas y tamaños y los fabricaron de hierro y de bronce. Los griegos perfeccionaron y embellecieron el escudo que ellos hacían de piel de buey cubierta de láminas de metal y era una arma sagrada que sólo muerto el guerrero la abandonaba. En los tiempos homéricos ya se fabricaban escudos de bronce artísticamente labrado y combinado con oro y plata.

El escudo de los Beocios era ovalado y tenía una cruz al igual que su cimera.

Entre los frigios el escudo era circular. A partir del siglo IV a. de J. los escudos se vuelven más pequeños y son de cobre.

En Italia, los etruscos usaron escudo ovalado o redondo y lo engalanaban con diversos adornos metálicos en cuyo trabajo ellos fueron notables artífices. Los romanos, que adoptaron las armas defensivas de los etruscos, sustituyeron el escudo redondo por el cuadrado, que antes usaban. La Legión romana tenía tres escudos: el “clipeus” que fue el más antiguo era redondo y de cobre; el “parma” que también era circular, de tres pies de diámetro, y el “scutuns” (escudo), igualmente redondo, más pequeño y con varios adornos.

De los pueblos de la Península Ibérica, los iberos usaron escudo redondo; los de los lusitanos eran cóncavos de dos pies de altura; los galeses y los germánicos, antes de la conquista romana, lo usaban de mimbre tejido o de madera, cubierto de cuero. Más tarde los francos robustecieron el escudo y en la época carlovingia era de madera ligera, redondo y revestido de metal.

Los de los visigodos eran así construidos pero de forma de triángulo isósceles y con los vértices redondeados; después los hicieron en forma de almendra. Los de los lombardos eran similares a estos últimos.

Durante la Edad Media se siguió usando el escudo, sobre todo por la caballería, y según su forma se llamaban “tablachines” los cuadrados de madera, “rodelas” y “cuasi rotundelas” los redondos, “parmas” y “broqueles” los de madera con reborde y centro de hierro, “adargas” y “tarjetas” los casi rectangulares y “paveses” los que cubrían por completo al soldado.

También desde las épocas más remotas fue costumbre pintar en los escudos guerreros un emblema o una empresa a capricho del poseedor o ganado como recompensa de sus hazañas, para distinguirse de los demás.

En ruinas de la antigüedad se han descubierto numerosos yelmos y escudos con emblemas o divisas que demuestran su uso común y generalizado, mientras que en los tiempos bíblicos los hombres de Isaac recibían instrucciones al plantar sus tiendas de colocar en ellas los estandartes con las insignias del padre de familia o jefe de la casa, según se refiera en las escrituras.

Escritores griegos y romanos describen diversas insignias en yelmos, escudos y estandartes: el águila dorada de los escudos de los reyes de Media, los brillantes colores de los estandartes que los antiguos germánicos llevaban a los combates, la bandera blanca con un dragón o serpiente verde de los antiguos lusitanos introducido por los romanos representando a los guardianes de los tesoros que defendían el Vellocino de Oro y el Jardín de las Hespérides.

Parece que Quintino Certorio, al hacerse independiente en la península ibérica derrotando a los procónsules romanos (73 a. de J.) escogió el águila romana como emblema, y que las primitivas armas de Portugal tenían como distintivo la serpiente o dragón.

No sólo los guerreros y patricios usaron emblemas; los “caduceatores” (heraldos de paz), los “fetiales” (heraldos de guerra) y los “preacones” (mensajeros o pregones) de la Antigua Roma usaban diversos distintivos: los “caduceatores” llevaban una rama de avellano (caduceo) que tenía la virtud de reconciliar los ánimos más enconados como logró Mercurio echando una vara de avellano a dos serpientes que peleaban y que, entrelazadas a ella, quedaron así para toda la eternidad; desde entonces se le atribuyó a la vara de avellano la propiedad de adormecer y despertar a los hombres y de transformar en oro lo que tocaba. Los “fetiales” usaban una rama de laurel como símbolo de la victoria en recuerdo de Apolo que al dar muerte a la serpiente “Pitón” entró en Delfos con una rama de laurel. Los “preacones portaban una rama de olivo, símbolo del buen augurio.

La costumbre, o quizá más propiamente dicho la tendencia humana de tratar uno de distinguirse de los demás, ya sea por lo que respecta a su propia persona o a su cargo u oficio, por medio de símbolos o de animales, se acentúa en la Era Cristiana y comienza a manifestarse en los grupos de gente de un mismo pueblo o de una misma fe.

Pasado el siglo IV y con él las persecuciones, triunfante el cristianismo que fue adoptado como religión oficial por Constantino El Grande después de su triunfo sobre Majencio en el Tíber donde se le apareció la Cruz con la leyenda ”In Hoc Signo Vinces” y a raíz de la promulgación del edicto de Milán a favor de los adeptos de la nueva religión, surge una profesión de signos, emblemas, distintivos y leyendas con que los creyentes proclamaban su fe, teniendo todos la Cruz como motivo principal.

Al principio usaron el “Crisma” que es el jeroglífico formado por el monograma de Jesucristo con las letras griegas X (xi) y P (ro) o sean las K o C y la R latinas y las primeras de CRisto. Generalmente se le añadían el Alpha y la Omega para significar el principio y el fin de todas las cosas.

El “Crisma” fue después interpretado en diversas formas que usaron como emblema los primeros emperadores cristianos de Roma, y conforme se iba extendiendo el Cristianismo, los pueblos o sus gobernantes fueron adoptando la Cruz como distintivo dándole diversos estilos y variando formas.

En Roma, desde el siglo VII se comenzó a usar la “Cruz Avellana” como símbolo del Imperio; esta cruz estaba compuesta de cuatro avellanas en sus cápsulas haciendo conjunción en el centro por sus extremos redondos. La Cruz Avellana tuvo su origen en el Avelinese donde Avela y Avelino eran los afamados centros de cultivo del avellano, como ya se vio en capítulos anteriores.

Parece que esta estilización de la Cruz fue introducida por los longobardos después de conquistar La Campania; lo cierto es que Desiderio, último rey lombardo, usó como emblema en sus sellos, monedas y estandartes una cruz “potenzada” sumada por una Cruz Avellana” y con la inscripción “Desiderio Rex”.

Su hermano, Don Mendo de Rossano o Rausona, que no fue rey, usó el mismo emblema en su escudo pero, por supuesto, sin la inscripción en sus sellos agregaba sus iniciales M. R.

El escudo de los reyes visigodos de Galicia y Portugal, antes de la invasión árabe, era de cuero (amarillo) dividido en cuatro por una Cruz Roja. Tal fue el que usó el rey visigodo Egica.

Cuando Don Mendo de Rausona entró a tomar parte en la guerra contra los musulmanes de Galicia y Portugal adoptó igual escudo sumando la cruz con una Cruz Avellana, símbolo de su origen “avelinate”.

En la última parte de la Edad Media, al extenderse la costumbre de celebrar torneos donde los participantes tenían que “blasonar” sus armas al presentarse a la justa, el uso de insignias o emblemas personales en los escudos de los combatientes adquirió mayor notoriedad, pues el acto de “blasonarlas” consistía en que el Heraldo, después de sonar la trompeta (en Alemán “blasen”) proclamaba y explicaba las empresas del escudo de armas del presentado.

Tanto en las “joutes” a Autrance” (justas mortales entre dos representantes de diferentes naciones) como las “joutes a Plaisance” (justas de paz o contestas personales de la naturaleza de un duelo), los caballeros lucían en sus escudos, en sus estandartes y en sus sayos los colores de sus damas y era deber de los jueces emitir juicio sobre tales escudos y sobre el derecho de caballería de sus propietarios.

La práctica de “blasonar las armas”, es decir, de asertar el derecho de tomar parte en un torneo, pasó de Alemania a Francia y de allí a los demás países de Europa. La provecta eficiencia investigadora de los alemanes se ha reflejado en la manera de tratar este asunto que es eminentemente una rama de la historia medieval y de los tiempos subsecuentes, y un valioso coadyuvante para elucidar la investigación genealógica.

En España y Portugal no tuvieron los torneos la boga que sí alcanzaron en Alemania y Francia, pero las guerras de reconquista dieron igualmente pábulo a la ostentación de insignias y emblemas en los escudos de los caballeros que solían ir a los combates “por su dios, por su Rey y por su Dama” lo cual era motivo para que con frecuencia adoptaran los atributos de esas tres aspiraciones tanto en las figuras como en los colores, que también se llevaban en la tabarda o cota para distinguir a los individuos cuando estaban cubiertos por la armadura.

Por lo tanto, además de los colores de su dama y de la representación de la empresa guerrera que acometían, el uso de la Cruz en las cotas y escudos guerreros de los hidalgos se extendió profusamente como sucedió también en el resto de Europa con motivo de las Cruzada. Esto dio origen a que cada pueblo, para distinguirse unos de otros, ostentara la Cruz de los reyes visigodos: la de los franceses era blanca en fondo azul; por la Casa Reinante de Borgoña; la de los italianos, azul; amarilla en fondo rojo la de los ingleses; negra la de los alemanes y verde la de los sajónicos.

Fuera de estos distintivos nacionales, en general es prácticamente imposible ahora determinar cuáles fueron los emblemas o empresas personales o individuales que adoptaron los hidalgos medievales pues no se conocen objetos o documentos en que hayan quedado estampados. Los sepulcros de los caballeros de la Reconquista o de las Cruzadas sólo suelen tener la Cruz respectiva.

El monumento más antiguo que se conoce con escudo personal es una tumba del siglo XI que está en la iglesia de San Emmeran, en Ratisbona, Baviera, con las armas de Varmond, un Conde de Vasserburgo, pero es muy probable que ese escudo haya sido agregado en tiempos posteriores, lo cual le quitaría toda autenticidad. Otro ejemplar muy antiguo y seguramente genuino es el escudo guerrero en Le Mens, de Godofredo Plantagenet, Duqe de Angeo, muerto en 1150.

En España y Portugal, los monumentos de mayor antigüedad que tienen escudo datan también de los siglos XII y XIII, dos siglos antes de que se reglamentara el uso de los blasones, aunque también hay duda de que no hayan sido agregados en épocas más recientes, como sucede en varias pinturas de Alfonso I de Portugal.

Sin embargo, se ha logrado averiguar, aunque no hay una prueba fehaciente que permita asegurarlo, que el escudo de Don Henriques de Borgoña, Conde soberano de Portugal, fue blanco llano y que después de las victoria que alcanzó contra los moros (o tal vez al iniciar sus campañas) le agregó una cruz azul, tomando así los dos colores de la Casa de Borgoña.

De su hijo, el primer rey de Portugal, Don Alfonso Henriques o Alfonso, se sabe que usó al principio este mismo escudo, pero después de la famosa batalla de Ourique (1139) que determinó su proclamación como rey. Le introdujo modificaciones en que los autores discrepan notablemente tanto en cuanto al extremo de negar terminantemente que se haya podido averiguar cómo fueron los escudos de Don Henrique de Borgoña y de Don Alfonso Henriques porque no se ha descubierto ningún objeto de esa época en que figuren.

Otros, haciendo gala de imaginación, dicen que Don Alfonso Henriques adoptó las siguientes armas: en campo blanco cinco escudetes azules representando a los cinco reyes moros de Sevilla, Badajoz, Evoray Beja encabezados por Estar, que allí derrotó; los escudetes puestos en cruz en recuerdo de la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, y en cada escudete XXX dineros en memoria de los que Judas recibió por vender al Redentor a sus verdugos, y otros cuatro escudetes más pequeños representando a los cuatro escuadrones con que atacó a los moros en esa batalla; alrededor estaban otros diez escudetes ligados por un cordón simbolizando la cuerda con que Jesús fue atado a la columna de las flagelaciones.

La fantasía popular convirtió a estas estólidas aberraciones en una grotesca leyenda que el gran historiador Alejandro Herculano calificó enérgicamente de grosera falsedad pero que algunos otros autores como Frei Bernardo Brito y Frei Antonio Brendao no tuvieron escrúpulo en recoger, el primero en su “Crónica de Cister” y el segundo en su “Monarquía Lusitana”.

Cuentan los dos que la víspera de la batalla de Ourque, don Alfonso Henriques tuvo una visión de Jesucristo clavado en la Cruz y acompañado de una multitud de ángeles en figura de hermosísimos mancebos con vestiduras resplandecientes, habiendo notado el Príncipe que la Cruz era extraordinariamente grande pues se alzaba desde el suelo hasta diez codos arriba, y después relatar una ilosoria entre Nuestro Señor y Don Alfonso en que éste le pide su ayuda, describe como Jesucristo, desclavándose la mano derecha, le entregó una bandera con cinco escudetes en cruz que un ángel traía en sus manos, y le dijo que los cinco escudetes de color celeste eran las cinco llagas de su cuerpo, puestas en forma de cruz por la Cruz de su Pasión, y en ellas treinta dineros, seis en cada uno, en que fue vendido a sus victimarios,

Los escritores más serios y dignos de fe, y evidentemente los mejor documentados, dicen que Don Alfonso Henriques continuó usando el mismo escudo de su padre, una cruz azul en fondo blanco, pero al ser proclamado Rey de Portugal le agregó cinco grupos de once rodelas blancas, tres, dos, tres, dos y una, colocados uno en cada uno de los palos y otro en el centro, cuya significación o simbolismo explican de la siguiente manera:

Desde el siglo XI, los antiguos hidalgos de la región de entre Minho-e-Douro acostumbraban poner en las cruces rojas de sus escudos, para distinguirse de los del resto de la península, cinco grupos de rodelas del color del cuero que representaban los escudos de los caballeros pertenecientes a las cinco “parcialidades” que en conjunto habían venido sosteniendo la lucha contra los musulmanes por la reconquista de su país y en defensa de la fe cristiana.

Al ser exaltado Don Alfonso al trono de Portugal adoptó el mismo emblema de los hidalgos portugueses colocando los cinco grupos de rodelas sobre la cruz azul de su escudo para significar que se apoyaba en esas cinco “parcialidades” para la defensa y gloria de su reino. Un facsímile de ese escudo se conserva, según Braacamp Freire, en la Sala de Blasones del Palacio de Sintra.

Don Sancho I, hijo de Don Alfonso I, suprimió la Cruz pero dejó los cinco grupos de rodelas blancas encerrados en los contornos de sendos escudetes azules colocados en cruz sobre el campo blanco del blasón, con las bases de las laterales hacia el centro. Así paso con ligeras modificaciones, hasta nuestros días como el escudo de armas de Portugal.


En el transcurso del tiempo, conforme se iban derivando de las parcialidades principales, los “mílites” y las “partes” secundarias, cada uno de estos grupos fueron adoptando distintivos especiales hasta llegar a los blasones personales.

Ahí aparecieron gradualmente, además de las rodelas (besantes) el dragón verde o serpientes (luego convertido en cabeza de lagarto) de los antiguos lusitanos; el águila dorada de Sartorio; cruces de formas diferentes a la Latina que fue la originalmente usada por los caballeros de la Reconquista y de las Cruzadas, tales como la Cruz Griega, la Cruz Céltica, la Cruz Tao, la Cruz Potenzada, la Cruz de San Andrés o de Borgoña (Sotuer), la Cruz de Lorena, la Cruz de Santiago, y otras más.

Los descendientes de Don Mendo de Rausona pusieron sobre la Cruz Latina roja en fondo amarillo de los reyes visigodos y de los caballeros de la Reconquista, cuatro Cruces Avellanas amarillas en memoria de la que dicho Don Mendo trajo del Avelinese. Después le agregaron los cinco grupos de rodelas (besantes) amarillas de los hidalgos de Entre Douro-e-Minho.

Parece cierto que algunos de los emblemas adoptados mucho después por la Heráldica, pertenecieron primitivamente a los antepasados de las familias que en tiempos posteriores representaron; así lo confirma el hecho de que varias familias de origen común aunque de nombres diferentes, tengan símbolos más o menos similares y hasta iguales cuya procedencia se remonta muy atrás del siglo XII.

Como la familia AVELEYRA medieval no llegó a la época de la reglamentación y registro de blasones y de la transición de los apellidos, su emblema fue a formar parte de los “decaídos” o “abandonados”, siendo hasta ahora, con motivo de este trabajo, cuando se ha realizado alguna investigación para tratar de determinar su constitución y simbolismo.

No faltaron, en el curso de esa inquisición, la obligada leyenda y los consabidos versos con que la fantasía popular y la musa de genealogistas dieron carácter romancero en los albores del Renacimiento a las tradiciones medievales introduciendo en la Historia no pocas confusiones y desvaríos.

En una crónica de Monte Real, Antigua y desaparecida villa costeña (Povoa de Monte Real) situada en un lugar que ahora pertenece a la feligresía de Pataias, Concejo de Alcobaza, Distrito de Pinhal de Leiria, Provincia de Extremadura, que aparece en O Couseiro, página 146 y siguientes de “O Pinhal do Pei” de S. Arala Pinto, se hace mención del “primer Conde Governador de Monte Real, Don Vasco Martins Esteves, Senhor de AVELEYRA e aindas Conde de AVELEYRAS ou de AVEYRAS, filho de Don estevao dias de Mouriz de Sousa e de su mulher Doña María Martins de Riba de Vizella, Senhora de AVELEYRA cujo brazao lembra o milagro de aveleyra…”

Esta noticia incita a buscar alguna relación de dicho “milagro de la avellanera o del avellano”, la cual es inesperadamente hallada entre las “Lendas e Narrativas” de Alejandro Herculano que se refiere al combate de Don Vasco Peres de Braganza, señor de AVELEYRAO, Don Gonzalo Viegas de Fonseca y otros caballeros sostuvieron victoriosamente, como ya se eijo en capítulo anterior, con un ejército musulmán, cerca del monasterio de Taraouquela, junto a Castro Rei a orillas del arroyo AVELEYRA.

La leyenda se apoderó de este episodio y lo transmitió a la posteridad con caracteres fantásticos y románticos atribuyéndole a la Cruz de los escudos de esos caballeros un origen milagroso que, por supuesto, carece de todo valor histórico.

Cuéntase que estando ya casi ganada esa batalla por los ejércitos de Almoliamar y de Alboacem o Abu Assam, habían obligado a los cristianos a recular hasta llegar a un plantío de avellanos (aveleyras) donde los cercaron sin dejarles salida. Exhaustos, cubiertos de llagas mortales y próximos a sucumbir, los esforzados caballeros imploraron la ayuda divina contra los infieles y entonces se vio aparecer sobre la copa de una avellano una cruz resplandeciente cuya intensa luz cegó a los sarracenos imposibilitándolos para continuar la pelea. Maravillados por ese portento rindieron éstos sus armas y se entregaron prisioneros, mas tan humanamente fueron tratados por sus adversarios que pronto abrazaron el cristianismo, incluso Abu Assam, rey de Tánger cuya hija “a belhisima moura Saluquia” se había empeñado en restañar las heridas de los caballeros cristianos y al ver sus dedos cubiertos de sangre tuvo la inspiración, inflamada por el fervor religioso de su nueva fe, de pintar con ellos una cruz en los escudos de esos hidalgos pidiéndoles que la conservaran como insignia en el recuerdo del “milagro de aveleyra” al que debió su feliz conversión. La joven princesa se enclaustró poco después en un convento y al presentarse aquellos caballeros a despedirse de ella antes de que tomara los hábitos, les renovó su recomendación invocando las palabras de aparición del Tiber a Constantino.

El relato de esta leyenda termina con la siguiente anotación: “A data deste acontecimiento nao é dita ai, mas cupoe Fr. A. Brandao que é de 1170 porque neste ano, segundo as comamorezoes de Santa Vera Cruz de Aveyro assim como as de S. Salvador de Aveleyra e as de S. Joao de Aveleyra, alguns Portugueses combateram os Sarracenos, e porque, se o combate se feriu cerca de Tarouca , forzoso era ser Don Gonzalo Viegas, ou Don Vasco peres fronteiro desse territorio o que sé por esta altura poderia suceder, porquanto nao muito antes andavam os limites cristaos bem afastados dali”

La leyenda corrió entre las consejas populares de S Joao de Aveleyra en Tarouca, de S. Salvador de Aveleyra, en Louzada, de Santa Vera Cruz de Aveyro y de otros lugares de esa región.

El hecho es que en los escudos de los descendientes de Don Gonzalo Viegas de Fonseca, de Don Gonzalo y don fernao Gonzalves de Palmeyra, de Don Pero Raimundes de Riba de Vizella y de Don Vasco Pares de Braganza, señor de Aveleyrao, figuró la cruz en diferentes formas y tal vez por esto surgió la leyenda, pero tal coincidencia se explica por el hecho de haber sido todos ellos vástagos de familias provenientes de las cinco “parcialidades” de Entre Minho-e- Douro ya referidas, pues la misma coincidencia se encuentra entre los Coelho, los Albergaria, los Ataide, los Melo y los Alvin, descendientes de Don Rausendo Mendiz, hijo mayor de Don Mendo de Rausona, como entre los Pereyra, los Sotelo, los Palmeyra, los Cerveyra, los Texeyra y los Correia, descendientes de Don Froia Mendiz, hermano menor de Don Rausendo, e igualmente entre los Andrade, los Freyre, los Ambia, los Beltrán, los Marinha y los Trosantos, descendientes de los cinco caballeros que acompañaron a Don Mendo. Sin embargo, só,o quienes pasaron el nombre de Señorío AVELEYRA conservaron la Cruz Latina roja con la Cruz Avellana, lo cual indica que esta última fue el distintivo de los propietarios o señores de las “vilas” AVELARIA y de las “quintas” AVELEYRA, cuyo origen etimológico, ya se ha visto, se encuentra en Avela y el Avelinese de la Campania italiana de dondeDon Mendo la trajo a Portugal.

El quinentista Joao Rodrigues de Sá dejó dos quintillas dedicadas al “milagro de aveleyra”:

A vera cruz verdadeyra
joya de nosso tesouro
que apareceu co rrey mouro
per milagro na aveleyra
da Vitoria certo agouro,

em tytolo de vlya
flotrece hoje este dia
entre o Sousa o Ave o Mar,
entre Cambra, Feyra e Ouar
Terra de Santa Maria.

Por su parte, Don Joao Ribeiro Gaio, Obispo de Malaca, en sus versos heráldico-genealógicos, dejó otra alusión al escudo de que trata:

Em Mouriz de Sousa o Conde
Don Estevao solar tem
para elle es Martins vem
La de Aragao de onde
Passaram cá para aquem.

A Don MartinsMaria
Escolheu ´por companheira
Dos quais a dos Aveleyra
Fidalga genealogía
Fou decerto a primeyra.

A Avelana Cruz dourada
Luzente em cruz cor sanguinho
Da sua linhagem nomeada
Em campo douro assentada
Vamos-a d’Antre Douro e Minho.

E mais d’antre o Ave e o Douro
Donde vem mouytos primeyros
E élhe foi principal
Procede este bracao tal
Que diz-se dos verdadeyros.

Aveleyras o tesouro,
Estirpe nobre e afamada
Há muytos tempos honrada
Mas nao ja em Portugal
Porque nao tem la morada.

Comparando todos los datos preincertos con otras referencias recogidas en diversas fuentes se puede describir el escudo de los AVELEYRA en la forma que a continuación se expresa usando la terminología heráldica actual:

EN CAMPO DE ORO UNA CRUZ LATINA DE GULES CARGADA CON CINCO GRUPOS DE ONCE BESANTES DE ORO, UNO DE CADA EXTREMO Y OTRO EN EL CENTRO, RODEADO ESTE ÚLTIMO DE CUATRO CRUCES AVELLANAS TAMBIÉN DE ORO.


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2 comentarios:

Alejandro dijo...

Leí con interés la historia de los Aveleyra porque estaba buscando datos sobre María Secundina Aveleyra Loyola, que supongo hermana de Santiago Alejo, casada con Pedro Antonio del Valle en B. Aires en 1810. Una hija de la pareja, María Tomasa, casó en B. Aires con Luciano José Aveleyra, que supongo pariente pero cuya filiación desconozco. Me interesaría obtener información sobre otro hijo de la pareja, Raimundo Pascual del Valle Aveleyra, que casó con María Luisa Halsey García.
Gracias y saludos

gabriel.rendon dijo...

Luciano José es antepasado mio, si queres escribime a gabriel.rendon75@gmail.com y cambiamos info